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Opinión

César Herrera

Mad Max

2016-11-14 | César Herrera
CéSAR HERRERA
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No había mucho qué hacer para Checo Pérez y su sueño de podio: el Red Bull de Verstappen era un misil incontenible, atemorizante, abriendo las aguas que ayer pusieron de cabeza a Interlagos.

La primera clave de la espectacular remontada de Max fueron sus llantas en mejor estado (el error de Red Bull de ponerle intermedias para luego volver al juego de ‘full wet’ le quitó la opción de pelear el triunfo), pero nada habría sido posible sin las manos superdotadas del holandés, que ha confirmado a la F1 y al mundo que él pertenece a una estirpe única, selecta, esa que ha escrito las historias de leyenda de la categoría reina.

No es Max un piloto ordinario. La juventud, traducida en falta de experiencia, deja a muchos en su zona de confort: no arriesgar ni un milímetro, no asomarse ni de broma a la ventana que deja entrar los errores. Verstappen camina del otro lado de ese jucio ‘responsable’. Claro, también se puede equivocar, pero su red de protección es ese talento colosal, del que aparece a cuentagotas.

Ayer, con la pista inundada, Max se lanzó por Rosberg tras llenarle los espejos con el safety car presente. ¿Qué necesidad había de forzar un rebase con la pista como estaba? El sentido estricto indica que ninguna. Pero el instinto de piloto, liberado y sin freno, al natural, que habita en Verstappen dijo: adelante.

Max pone de cabeza la parrilla. Irreverente, casi descarado, es, a sus 19 años, automovilismo en estado puro. Sin ataduras, ni compromisos y, al parecer, sin miedos. Loco. Y esperanzador.

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