Muy temprano por la mañana del pasado jueves me enteré que la Academia Sueca había designado como ganador del afamado premio Nobel de Literatura a Bob Dylan. Mi primera reacción fue pensar que se trataba de una simple homonimia, y que en realidad se estarían refiriendo a un escritor con un caudal de libros publicados en diversos idiomas. Pocos segundos más tarde me di cuenta de mi error; Bob Dylan, cuyo nombre verdadero es Robert Allen Zimmerman, nacido en los Estados Unidos en 1941, era en efecto el cantautor elegido para recibir ese importante reconocimiento en su edición del 2016.
Otorgado en las categorías de Física, Química, Medicina, Economía, Paz y Literatura; el Premio Nobel, creado a instancias de un industrial sueco de nombre Alfred Nobel, es un reconocimiento que la Academia Sueca y/o Noruega otorgan anualmente desde el año 1901 a personas o grupos de personas que hayan destacado en las áreas antes señaladas y cuyas aportaciones se estimen de tal valía para la sociedad que merezcan ser reconocidas mundialmente.
El Premio Nobel, en todas y cada una de sus categorías, se ha caracterizado por su solemnidad, por el rigor que implica la calificación de los méritos de los galardonados, y aunque no necesariamente se encuentra exento de polémica, es reconocido mundialmente como la distinción de mayor jerarquía que una persona puede recibir en el área de su especialidad. Hemingway, Shaw, Mistral, Camus, García Márquez, Neruda, Saramago, Vargas Llosa y Paz son algunos nombres de los escritores premiados a lo largo de la existencia del Nobel de Literatura, a la cual se suma ahora Dylan.
La Academia Sueca ha justificado la elección de Bob Dylan por “haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”. Momentos más tarde a su designación, la crítica no se hizo esperar, pues hay quienes cuestionan su condición “poética” y por ende los méritos que se le atribuyen para ser premiado, mientras otros hoy descubren en las letras de sus canciones figuras literarias jamás pensadas.
Si la intención de la Academia sueca hubiere sido poner en boca del mundo el afamado premio Nobel de Literatura, lo ha logrado con creces. Dudo mucho que la negativa de Sartre a recibirlo en 1964 hubiere generado tal nivel de polémica, como Dylan lo ha hecho en sólo unas cuantas horas. Sin embargo, esta designación, con la que en lo personal no estoy de acuerdo, no por la falta de méritos de Dylan, sino por la idoneidad de la categoría recién creada por la Academia, abre la puerta para que Lennon, Serrat y hasta el mismo Juan Gabriel se vuelvan candidatos naturales al mismo. La solemnidad del premio ha quedado en entredicho.