El último torneo oficial antes del Mundial ha terminado. Para Javier Aguirre fue una bocanada de aire fresco tras actuaciones mediocres, frustraciones y heridas aún abiertas. El Tri hoy se enfrenta al desafío de integrar todas las variables que en estos doce meses han marcado a la Selección Nacional: reforzar el 'hacer' —la parte técnica— para evitar errores del pasado, replantear lo táctico para actuar con claridad ante situaciones inestables, y trabajar también en el 'ser': la mentalidad, la cohesión y la madurez del equipo.
Para integrar el hacer y el ser se necesita una visión sistémica. Porque el equipo es un sistema: si una parte falla, se desestabiliza el todo. Y a su vez, cada jugador también es un sistema en sí mismo, con sus propios retos, fortalezas, emociones y procesos.
Javier Aguirre se ha caracterizado por rescatar equipos y procesos. Tiene muy claro su rol: más allá de lo técnico, es quien sostiene, quien reta, quien pone las reglas y quien da confianza para no quedarse anclado en los errores. Hoy, tras una larga época de desconfianza nacional y con futbolistas de hasta cinco décadas menores que él, el Vasco debe jugar otras cartas: asegurar que cada integrante tenga claro su rol. Y no me refiero solo a su posición en la cancha, sino al papel humano que representa dentro del sistema: qué aporta, qué debe trabajar y cómo puede crecer. De lo contrario, la identidad tampoco será clara.
Ese entendimiento individual es la base para la cohesión del equipo. No debe faltar claridad en las expectativas —ni individuales ni colectivas—. Un equipo con acuerdos explícitos no sufre por egos, confusión ni desconexión.
Si este equipo logra aprender de sus errores, entrenar su mente enfrentándose a la incomodidad, reconocer al otro y forja su identidad a partir del autoconocimiento, estará mucho más cerca de alcanzar sus objetivos.
Pero no basta con lamerse las heridas: hay que nombrarlas, aceptarlas y resignificarlas. Hablar de la huella que dejaron en la confianza individual y colectiva, y también en el cuerpo: miedo, lesiones, tensión, bloqueos… todo deja rastro.
El cuerpo técnico y los futbolistas deberán trabajar juntos en prácticas ajenas al futbol tradicional: dinámicas grupales, integración, respiración, mindfulness, juegos, espacios de diálogo. El objetivo: lograr que, sin importar las circunstancias externas o internas, el jugador esté presente, enfocado, conectado con su rol y su propósito.
El Vasco es un técnico que se hace querer por su autenticidad y capacidad de inspirar, sin perder la exigencia. Su disciplina está atravesada por la empatía y la calidad humana, como lo reconocen los propios jugadores. Pero lo que hoy —a once meses del Mundial— debe construir, no es solo una estrategia, es una cultura: una cultura integral del hacer y del ser.
El Mundial se juega en el campo… pero también en la mente, en el cuerpo y en el alma. Y eso aplica para todos nosotros, en nuestras propias vidas, trabajos y relaciones. Debemos reconocer nuestras sombras, fortalecer nuestra identidad, entrenar la mente y caminar de la mano con la incertidumbre como maestra.
Solo así, como personas y como equipos integrales, podremos crecer para alcanzar nuestros objetivos.
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