El Piojo Herrera es un entrenador de película: con un liderazgo intenso, explosivo y exigente. Al principio no siempre encanta, pero muchas veces termina por ganarse a los suyos.
Sin embargo, con Costa Rica aún no sabemos si veremos ese final. Su objetivo es claro: clasificar al Mundial 2026. Los escenarios están sobre la mesa: ganar todo lo que le queda en casa (Nicaragua y Honduras) y sumar de visita contra Honduras o Haití para obtener el pase directo… o jugársela en el repechaje.
Herrera es un técnico de extremos: carismático y frontal, exigente al límite, dispuesto a dar la piel por sus jugadores. Pero sus ganas de lograr resultados y su necesidad de motivar lo llevan, con frecuencia, a perder la compostura. Cuando la frustración lo desborda, aparecen los comentarios desafortunados y los gestos que han empañado su trabajo desde que era jugador y ahora como técnico.
Para él, decir lo que piensa es sinónimo de autenticidad y honestidad. Pero esa intensidad emocional, disfrazada de franqueza brutal, suele convertirse en su peor enemiga. Esa misma pasión lo hace un gran motivador, capaz de levantar la moral de equipos en crisis y conectar rápido con los jugadores, pero le falta gestión emocional para sostener procesos largos, esos que requieren paciencia y madurez.
La efectividad de cualquier líder depende de su capacidad para gestionar sus propias emociones y las de su equipo. Y si no logra manejar las propias, difícilmente podrá inspirar a otros de forma duradera. Sin apagar el fuego que lo distingue, Herrera necesita aprender a regularse, a bajar revoluciones cuando el entorno lo exige, para evitar daños que trascienden lo inmediato.
Hoy, con la soga al cuello y tras haber sido abucheado en el empate contra Haití, más que nunca necesita trabajar en su autoliderazgo: transformar la pasión en motor, no en obstáculo; comunicar con valentía, pero también con responsabilidad; mantener el carácter sin quemar puentes.
Si continúa al frente de los ticos, su gran reto será recuperar la confianza de un país entero, no con palabras o gestos explosivos, sino con resultados claros y con una imagen de madurez. Recuperar la confianza del equipo reforzando la seguridad emocional de sus jugadores e inspirando con autocontrol, entendiendo que esto no le resta autenticidad, sino que multiplica su credibilidad. Deberá adaptar su estilo a los jugadores, a la afición y al país, para lograr la estructura y continuidad que esa selección requiere.
Herrera está bajo el microscopio y quizá en menos de 48 horas sepamos si continúa o no al frente de Costa Rica.
Sea cual sea el desenlace de esta etapa en su carrera, es buen momento para que el Piojo reflexione ante este y futuros procesos: ¿cómo autogestionarse en momentos de crisis interna? ¿Cómo construir procesos sostenibles a largo plazo?




