Entre que si fue por un detalle contractual con el que no estuvo de acuerdo y Burgos no quiso ceder, o por el incontrolable antojo de un café, el guardameta Guillermo Ochoa hoy está sin equipo. Y aunque se dice que analiza opciones y que tiene un plan B, lo único cierto es que, de no conseguir club, se perderá el Mundial.
Todos, en algún momento, hemos estado en una situación similar. Más allá de lo que se comenta sobre si 'hay que saber cuándo retirarse', si a sus 40 años debería seguir buscando equipo o si ya es tiempo de cerrar un ciclo, lo que Memo realmente estaría perdiendo no es su historia ni su legado, sino un rol profesional: su trabajo.
Sin importar si el título es guardameta, gerente, director o CEO, al perder un puesto se puede sentir como perder parte de la identidad. Y esa sensación puede convertirse en una crisis personal. La pregunta es: ¿cómo transitar estas pérdidas sin perdernos a nosotros mismos?
Ochoa necesita hacer una autorreflexión sobre las verdaderas razones de sus ganas de ir al Mundial. Por muy evidente que parezca —sería su sexto, y cualquier futbolista sueña con ello—, hay motivaciones más profundas. ¿Es ego? ¿Orgullo? ¿Un deseo de demostrar algo? Tal vez lo que busca es simplemente mantenerse activo, y la consecuencia natural de eso sería llegar a la Copa del Mundo. Pero entonces surge otra pregunta: ¿por qué no hacerlo en México?
Quizá su propósito va más allá del futbol. Tal vez lo mueve lo afectivo, la familia, los acuerdos que dan estabilidad emocional y una mejor vida a los suyos en Europa.
Sea cual sea la verdadera razón, Ochoa debe estar consciente de que existe la posibilidad de quedarse inactivo y, con ello, fuera del Mundial. En ese escenario se enfrentará a sí mismo, a su propósito y a la necesidad de redefinir su identidad más allá del título de guardameta.
Porque cuando creemos que perdemos parte de lo que nos hace ser, siempre nos queda lo esencial: la experiencia, el crecimiento y la oportunidad de autoconocernos. Uno deja el puesto, pero nunca deja de ser uno mismo.
Y pase lo que pase con Memo, lo inevitable es que, tarde o temprano, tendrá que enfrentar el retiro. Quizá ahí radica la verdadera prueba: aceptar que los ciclos se cierran, no para borrar lo que fuimos, sino para abrir espacio a lo que todavía podemos ser.




