Migrante, deportado y hoy uno de los mejores chefs de México. La historia de Eduardo "Lalo" García suena a guion de película, pero es tan real como el sabor de su restaurante Máximo, que en junio pasado fue galardonado con su primera estrella Michelin. ¿Cómo lo logró? Con trabajo duro, sazón y la convicción de que el “sueño mexicano” sí existe.
A los 16 años, Lalo lavaba platos en un restaurante de Atlanta. Nunca pensó que ese trabajo lo llevaría a la cima culinaria. “Yo no me metí a trabajar a la cocina porque pensé que las estrellas existían. Yo me metí por necesidad”, recuerda. Migró con su familia a Estados Unidos a los 9 años, y antes de entrar a la cocina, se partía el lomo en el campo.
Ahí aprendió, a la mala, lo peligroso de los agroquímicos: se le cayó el cabello, sufrió afecciones en la piel y vio morir a su padre de cáncer por exposición a pesticidas. Por eso le enfurece el discurso que criminaliza a los migrantes. “Los mexicanos que cruzan la frontera hacen los trabajos que nadie más quiere hacer”, afirma.

Dos deportaciones y una decisión clave
La vida de García cambió en 2007, cuando fue deportado por segunda vez. “Yo jamás pensé que eso es lo que a lo que me iba a dedicar el resto de mi vida”, dice. Volvió a México, ya sin la posibilidad de regresar legalmente a EE.UU. “Estoy orgulloso de ser una persona que migró y que decidió, en algún momento que lo deportaron, ya no regresar”.
Ese punto de quiebre fue también el inicio del “sueño mexicano”. Desde su restaurante en CDMX, García combina técnicas francesas con cocina mexicana y ha figurado desde 2015 en la lista Latin America’s 50 Best Restaurants.

“México sí tiene oportunidades”
“México es un país con oportunidades, sí existe el sueño mexicano”, sostiene. Aunque admite que regresar no fue fácil, ahora incluso emplea a paisanos que también decidieron volver. “Tengo uno que acaba de iniciar conmigo la semana pasada (…) no quería que le pasara lo que le estaba pasando a los que están metiendo a la cárcel por ser (de piel) café”.
Para Lalo, lo más importante no son los premios, sino su equipo. “Solo no lo hubiera podido lograr”, asegura. Y va más allá: como embajador de Save the Children, organiza cenas benéficas a favor de la organización. “Me tocó el corazón tras haber sido un niño migrante”.

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