México está atravesando una transformación demográfica silenciosa pero profunda. Las nuevas generaciones han comenzado a replantear la maternidad y paternidad como una opción, no como una obligación. Entre el año 2000 y 2023, los embarazos en el país disminuyeron un 26 %, y el descenso es aún más marcado en mujeres menores de 30 años, con reducciones que van del 38 % al 45 %.
Este fenómeno no solo refleja una decisión personal, sino un cambio cultural y estructural que responde a múltiples factores sociales, económicos y emocionales.
Uno de los principales motivos señalados por los propios jóvenes es la falta de estabilidad económica. La precariedad laboral, los bajos salarios y el encarecimiento de productos básicos, servicios médicos, educación y vivienda, han hecho que formar una familia sea, para muchos, un proyecto inviable.
También influye el costo real de la crianza. Tener un hijo implica un gasto prolongado en salud, alimentación, educación y cuidados, algo que muchas personas no están dispuestas o no pueden asumir ante un entorno económico restrictivo.
Además del factor económico, hay una reconfiguración clara de valores. Hoy en día, muchas personas optan por invertir su tiempo y recursos en desarrollo profesional, viajes, educación, salud mental y bienestar personal. La libertad, la realización individual y la autonomía han ganado terreno frente a la tradicional idea de que tener hijos es sinónimo de éxito o plenitud.
Las cifras más recientes indican que la tasa de fecundidad en México se redujo de 2.07 hijos por mujer en 2018 a solo 1.60 en 2023. Paralelamente, los embarazos en adolescentes han bajado de forma significativa: en 2023 se registraron poco más de 101 mil casos, lo que representa una caída de casi el 50 % en comparación con 2013.
Incluso se estima que uno de cada tres mexicanos tendrá menos hijos de los que realmente desearía, debido a limitaciones económicas y falta de acceso a condiciones básicas como vivienda y empleo digno.
México se enfrenta así a una nueva realidad: una generación que no rechaza la maternidad o la paternidad por desinterés, sino porque hoy, más que nunca, las condiciones para ejercerla con dignidad son limitadas.
