El Atlético de Madrid volvió a demostrar por qué su lema no es una frase vacía, sino una forma de vida. En otra noche europea con el corazón en la garganta, un cabezazo de José María Giménez en el 92’ dio al conjunto rojiblanco una victoria épica por 2–1 ante el Inter de Milán, después de un partido salvaje, sufrido y memorable.
Una victoria forjada desde la fe, la valentía táctica del Cholo Simeone y el empuje de un Metropolitano que nunca dejó de creer.

Un arranque intenso y un gol que necesitó fe… y VAR
El partido empezó con ritmo europeo cien por cien. Musso sostuvo al Atleti con dos paradas tremendas a Dimarco nada más comenzar, pero el Atlético golpeó primero.
En el 8’, una internada de Giuliano Simeone derivó en un balón suelto que Julián Álvarez mandó a la red. El gol fue anulado inicialmente por una supuesta mano de Baena, pero el VAR corrigió: la mano fue posterior al rebote en el torso. El tanto valía: 1–0.
El Metropolitano rugió. El primer capítulo de una noche que pedía fe.

El Inter aprieta, Musso responde, y Zielinski empata
Pese al golpe, el Inter creció. Barella mandó un balón al larguero tras un control magistral y Musso volvió a sacar un mano a mano de esos que valen partidos.
En el tramo más duro para el Atleti, llegó el empate, en el 54’, Zielinski combinó con Bonny, rompió líneas y cruzó el balón ante Musso para el 1–1. Tocaba sufrir. Y el Cholo lo entendió a la perfección.
El Atleti terminó con Sorloth, Griezmann, Julián y Giuliano sobre el campo, con Pubill atacando por fuera como un auténtico puñal y Nico González convertido en un lateral de enorme personalidad. La grada entendió la apuesta: si había una forma de ganar, era yendo hacia adelante.

El Atleti aprieta y el Inter resiste… hasta que aparece el capitán
El arreón rojiblanco fue incesante: Sommer negó un gol a Griezmann en el primer palo. Sorloth no encontró portería tras una volea potente, Giuliano y Baena rozaron la escuadra, Pubill obligó a Sommer a otro achique salvador.
El Inter, cada vez más superado, despejaba centros como podía. Pero el Atleti ya iba lanzado por inercia emocional.
Y entonces llegó el córner del minuto 92. Giménez, llegando desde atrás como un avión, se elevó por encima de todos para estampar un cabezazo cruzado irresistible: 2–1.

Un gol de capitán. Un gol de líderes. Un gol de Champions. Un gol que se gritó con lágrimas porque tenía ADN rojiblanco. Cuando todo terminó, quedó la sensación inequívoca de que este equipo, incluso en partidos que se tuercen, se arma con la fe de quien sabe sufrir y pelear hasta el último suspiro.
El Atlético necesitaba un triunfo así ante un gigante europeo. Lo consiguió con personalidad, con valentía y con ese espíritu tan suyo. Porque en el Metropolitano, pase lo que pase, hay una frase que nunca falla y que hoy resonó más fuerte que nunca: “¡Nunca dejes de creer!”




