opinion.blog.christian-martinoli.el-viento-de-andriy
Opinión

Christian Martinoli

Uno de los mejores cronistas deportivos en México, trabaja para TV Azteca y ha colaborado con RÉCORD desde 2010.

El viento de Andriy

2020-04-28 | CHRISTIAN MARTINOLI
CHRISTIAN MARTINOLI
Comparte en:
Contenido Patrocinado

Ni los mismos ingenieros sabían lo que estaban haciendo, ni mucho menos lo que iban a desatar. Era la 1:23 de la mañana del 26 de abril del 86 cuando en medio de una apresurada y casi improvisada prueba, el reactor número cuatro de la central nuclear Lenin de Chernóbil, la más potente del mundo ubicada a 110 kilómetros de Kiev, explotó, provocando un demonio de fuego y una torre de humo, gas y partículas tóxicas, que rebasó el kilómetro de altura y que debido a los fuertes vientos, sobre todo hacia el norte y oeste, se esparció rápidamente por gran parte de Europa, generando el peor desastre nuclear de la historia. La fuerza desatada esa madrugada era 500 veces mayor que la bomba lanzada en Hiroshima; el tema es que las autoridades soviéticas fueron presa de su propia burocracia y mientras el mundo pedía una explicación exacta de lo sucedido, ellos mismos no entendían la autentica catástrofe que se había suscitado.

"Chernóbil nos mostró la verdadera naturaleza de la energía nuclear en manos humanas. Calculamos que nuestro misil más poderoso, el SS-18, era tan potente como 100 Chernóbils. El SS-18 era la cabeza nuclear que los americanos más temían y teníamos 2.700 de ellos; imaginen la destrucción" dijo Mijaíl Gorbachov, para el documental de Discovery Channel, El desastre de Chernóbil.

Fue tal la ignorancia, que se mandó al cadalso a todas las personas que formaron parte de la limpia. Los mejores doctores, científicos, ingenieros, militares y pilotos del Ejército Rojo acudieron sin la información y protección necesarias, la mayoría moriría en menos de un año. 

Las regiones de Ucrania y Bielorrusia fueron sitiadas y se recomendó abandonar las poblaciones cercanas a la central nuclear. 

Las ciudades fantasma abundan en la zona, como es el caso de Prípiat, en donde sus edificios son invadidos por la vegetación venenosa que terminó por desaparecer las calles que alguna vez transitaron cerca de 50 mil habitantes. Nadie puede vivir ahí, nunca más. Solo se accede mediante un permiso especial del gobierno y únicamente se permite grabar unos cuantos minutos, debido a que la radiación sigue siendo muy elevada y peligrosa. Las construcciones están intactas, miles de máscaras antigás se desparraman por diversos cuartos; la piscina municipal luce tétrica con un charco podrido y fétido, las paredes descarapeladas de las escuelas y los libros tirados por el piso nos cuentan que alguna vez hubo tiempos mejores, como lo prueba la oxidada rueda de la fortuna, jamás estrenada y los carritos chocones del parque de diversiones al lado del estadio Central, al que ya no se le ven las porterías debido a los gigantescos arbustos llenos de muerte y desolación. Unas muñecas erosionadas por el tiempo y las toxinas nos enseñan lo que fueron las guarderías que los trabajadores usaban para dejar a sus hijos mientras laboraban diariamente en la institución nuclear ubicada a tres kilómetros de su pacífico hogar. 

Los Shevchenko vivían en Dvirkivshchyna, un pequeño pueblo ubicado a 150 kilómetros de la tragedia. Mykola, el patriarca, era un mecánico de la armada y alertado por unos compañeros de inmediato tomó a su familia y huyó. "Al principio todos eran rumores, se hablaba de que algo había pasado, pero la gente seguía haciendo su vida normal hasta que mi padre supo por una buena fuente que debíamos partir" describió lo sucedido para el diario The Guardian. 

Tenían dos opciones o adentrarse en la inhóspita y lejana Siberia como lo hizo el matrimonio bielorruso Yuri Sharapov y su embarazada esposa Yelena (quien meses después dio a luz a María Sharapova, la famosa tenista) o viajar lo más al sur que sus documentos de identidad les permitieran, ya que no podían abandonar la URSS. Andriy tenía casi 10 años cuando se fue rumbo al mar de Azov, una inmensa ciénaga cercana al mar Negro y a la problemática península de Crimea. 

"El futbol era mi pasión, yo ya jugaba en el equipo juvenil del Dynamo de Kiev, cuando casi pierdo el sueño del futbol por el desastre de Chernóbil. Sinceramente era muy chico, pero por precaución el gobierno ha pensado, sobre todo para proteger a los niños, que la gente se fuera a lugares distantes para no enfermarse por la radiación" comentó para un promocional de Reebok. 

Su vida era el estudio, practicar boxeo y seguir jugando al futbol. Su padre quería que se transformara en militar, porque dentro del sistema soviético era una posición de privilegio. Tras la caída del muro, Ucrania se independizó, la idea de ir a la milicia se esfumó y Andriy viajó a la capital, ahí, aplicó examen de admisión en la Universidad de Kiev para ser profesor en Educación Física, pero no fue aceptado. 

Los grandes recuerdos que dejó en la escuelita de futbol que el Dynamo tenía cerca de su pueblo natal, hicieron que años después el mismo entrenador Oleksandr Shpakov, lo buscara y reclutara a la reserva del cuadro más popular de Ucrania y uno de los gigantes que siempre compitió ante los monstruos de Moscú cuando formaban parte de la Unión Soviética. 

Su futbol no tenía secretos, era tan simple que encantaba por esa misma circunstancia. Fuera del área jugaba a dos toques y dentro de la misma definía de primera. Bueno movimientos en corto, mejores controles orientados, mucha potencia física y no discriminaba piernas a la hora de definir. 

Debutó a los 18 años y brilló como nadie lo hacía desde el retiro del legendario Oleg Blojín. 

Si algo le faltaba por aprender o explotar al joven Shevchenko, fue el decano del balompié ucraniano Valeriy Lobanovskyi, el encargado de enseñárselo, fue él, quién soltó a "Sheva" para siempre. El entrenador sabía que Andriy sería un histórico, pero entendía que a veces se amarraba tácticamente, por eso le desprendió las cadenas y lo dejó flotar en el ataque; fue ahí donde apareció el goleador total que le quitó el sueño a Berlusconi y a la mitad de Milán.

Shevchenko, ya no solo participaba dentro del área y a dos toques. Su cuerpo desarrollado en la dura campiña era muy fuerte y hábil, por eso empezó a conducir la pelota, a encarar y desbordar, a enganchar las veces que fueran necesarias hasta que su pie derecho se sintiera cómodo para liquidar las redes. 

El siete del Dynamo era un tanque poderoso, justo como los que arreglaba su padre en plena Guerra Fría; Andriy, se volvió incontrolable, insostenible, impredecible y por ende, impagable para el club de Kiev.

Desde el norte italiano Il Diavolo le estiró la mano. Shevchenko se transformaría en una estrella mundial. 

Siete años en San Ciro, casi 300 partidos como rossonero y 173 gritos de gol, prácticamente marcó 25 veces por temporada, una bestialidad. Un disparo suyo en Old Trafford fue el definitivo para darle en tanda de penales la sexta Orejona al equipo de don Silvio. Al día siguiente de los festejos viajó con la copa a Kiev y se la ofreció simbólicamente a la inmensa estatua de bronce de su gran maestro Valeriy Lobanovskyi, ubicada afuera del estadio que lleva también su nombre. 

"Lobanovskyi, es el Dios del futbol ucraniano, el padre de nuestro juego, el hombre más importante. Usualmente le llamábamos General. Lo conocí cuando yo era muy joven pero él me enseñó la importancia también de jugar en equipo, de hacer grupo, me ayudó a pensar distinto, incluso en mi vida. Nunca pudo ganar la Champions League y yo al ser el primer ucraniano en obtenerla, sentí la necesidad de entregarle el trofeo en reconocimiento y homenaje a su trayectoria" contó en un programa de la RAI e incluso en la misma publicidad de los zapatos que lo patrocinaban. 

Con la Selección hizo historia al llegar a los cuartos de final en Alemania 2006 en donde cayeron por 3 a 0 frente a Italia. Es el máximo anotador de su representación nacional con 48 goles, solo siete de ellos fueron en partidos amistosos.

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR: POR JON PAUL 

Contenido Patrocinado